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La aplicación de los principios de la economía circular en la cuenca amazónica, ¿Una utopía? 

noviembre 19, 2023
Economía circular

Autores: Rafael Cartay, Adriana E. Varela-Quintero, Daniel Osorio, Rodrigo Intriago-Valarezo, Juan Carlos Ordoñez-Piedra

Índice

1. Introducción

Basta con explorar la vasta cuenca amazónica para uno darse cuenta del enorme tesoro que encierra ese maravilloso patrimonio natural de la humanidad. Los especialistas aún no logran ponerse de acuerdo sobre su fortaleza y la importancia exacta que tiene para la salud climática del planeta y la preservación de la biodiversidad global. Unos dicen que cubre 7.350 millones de km2, como sostiene la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA), otros señalan cifras más bajas 7.050 o incluso 6.200 millones de km2, según calculan especialistas que han trabajado sobre el tema (Cartay, 2016). Lo cierto es que una medición tan imprecisa depende del criterio escogido para medirla: el de la cuenca geográfica o el del “dominio amazónico”.

Se trata de un inmenso territorio, diverso, complejo y muy particular, que comprende varios países (Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Venezuela, Surinam, Guyana y un territorio de ultramar:  Guayana francesa). Un enorme territorio con sus particulares características geográficas, ecológicas, económicas, culturales, sociales, políticas y, en suma, históricas. 

Su fortaleza es grande y clara: es la mayor pluviselva tropical de la Tierra, equivalente a un 4,9 por ciento de la superficie continental del planeta, un poco más del 56 por ciento de los bosques tropicales del mundo, dibujada por la cuenca mayor del río Amazonas, el río más largo del mundo, con 6.762 kilómetros de longitud, que recoge los grandes ríos de la cuenca (asistido por el inmenso río Orinoco), para alimentar su caudal que lo hace el río más caudaloso del planeta: 220.000 m3 de agua por segundo, que descarga su fuerza en el océano Atlántico, haciendo sentir los efectos de su volumen de agua dulce hasta unos 100 km mar adentro (Brack-Egg y Mendiola, 2000).

En la época de creciente, de marzo a mayo, la anchura del gran río alcanza a unos 48 km, formando más de 560 islas, algunas tan grandes como Marajó, con sus 40.100 km2, para ser la isla fluvio-marina más grande del mundo. Las aguas de la cuenca amazónica equivalen entre el 15 y el 20 por ciento de la reserva de aguas del planeta. Una gran fortaleza mundial reflejada en  sus enormes masas boscosas y volúmenes  de agua dulce,  y en su gran biodiversidad, equivalente al 10 por ciento de la biodiversidad terrestre. 

 Conmovido por tanta fortaleza, de la majestuosidad de la fuerza y del río, el naturalista inglés Charles Darwin (1808-1882), padre de la teoría de la evolución,  escribió en su diario, en 1832, “No es posible dar una idea cabal de los sublimes sentimientos de asombro, admiración y devoción que inundan y elevan el espíritu ante este prodigio” (Darwin.  1921; citado por Wilson, 2006: 15). 

Fortaleza, sí, pero ¿será inexpugnable y hasta cuándo?

La cuenca amazónica es, no obstante, de una gran fragilidad. Su sustentabilidad ha estado sujeto a una presión política constante de los grupos de intereses económicos multinacionales y nacionales, y a la manipulación política-partidista de las oleadas de colonización local  que la ven como un injustificable “espacio vacío”.   

Lao Tse, el “Viejo Maestro”,  un archivista de la corte imperial de la dinastía china Zhou, en el siglo VI a.C., escribió El Tao Te Ching, que es una suerte de compendio del sistema filosófico y religioso de su época. Allí se dice que:

“Quien conoce a la madre conoce a los hijos. Quien conoce a los hijos preserva a la madre, y su vida no correría peligro: tapa los orificios, cierra las puertas y vivirá sin fatiga”.

Tao Te Ching de Lao Tse

En otra parte, dice que:

“El cielo y la tierra deben su eterna duración a que no hacen de sí mismos la razón de su existencia”.

Tao Te Ching de Lao Tse

La clave es conocer el ser  y el no ser. Desde el ser vemos la apariencia, desde el no-ser comprendemos su esencia. Ambos tienen el mismo origen, aunque distinto nombre, siendo su identidad un misterio, porque el ser y el no-ser se engendran mutuamente. Lo fácil y lo difícil se complementan. Lo largo y lo corto se forman el uno del otro. La fortaleza y la debilidad se engendran mutuamente.

¿Cómo hablar de la fortaleza de la cuenca amazónica, sin hablar de sus debilidades? En la sección LXIV, Lao Tse dice:

“Lo que es frágil es fácil de romper”. Conservarse débil es la fortaleza de la cosa.  Pero “No conocer el mal y estimarse sabio, éste es el mal”. 

Tao Te Ching de Lao Tse (sección LXIV)

Debemos, pues, reconocer las debilidades de esa maravillosa cuenca amazónica.

2. Una gestión ejecutiva plurinacional

Una gran debilidad de la Amazonía es que se trata de un territorio muy extenso, que engloba  la jurisdicción diferenciada de varios regímenes políticos: democráticos, autoritarios y hasta dictatoriales, con diferentes grados de desarrollo sociopolítico, tipos de gobernanza y de grupos de intereses privados  y con  diferentes presiones  económicas y demográficas concentradas sobre el espacio amazónico, y con distintas posibilidades de movilización, representación política y presión  de sus comunidades indígenas.  La Amazonía es considerada por muchos como una tierra sin ley, donde prevalece un precario control oficial, que facilita la existencia de actividades económicas ilegales y del crimen organizado. Una situación que produce grandes impactos ambientales porque deja a los actores sin ninguna limitación de acción, no habiéndose consolidado  un concepto claro de control multinacional (Trejos, 2015; García-Pinzón, 2018). Sin él,  sin la unidad de los esfuerzos regionales, no es posible avanzar en el desarrollo de una bio-economía circular amazónica (Denny, et al, 2021: Alvares-Oliveira, et al, 2022).  

Incluso, puede verse claramente en un mismo país, como Brasil, en dos momentos históricos cercanos, que presentan opuestas aproximaciones geopolíticas y realidades gubernamentales cambiantes. No es lo mismo un Brasil, responsable de un 66 por ciento del territorio de la cuenca, bajo la mirada de las dos últimas administraciones gubernamentales: de Jair Bolsonaro y de Inácio Lula da Silva. De un gobernante como Bolsonaro, claramente convencido de la intervención abierta del sector privado  en el espacio amazónico, hostil a los territorios indígenas y los derechos  de sus comunidades originarias, y favorable a los procesos de  deforestación, al avance de la frontera agrícola (cultivo de soja y desarrollo de hatos ganaderos) y partidario de los intereses de la agroindustria  en la Amazonía. O de otro gobernante como Lula da Silva, que, en sus dos anteriores gestiones presidenciales se propuso salvaguardar en lo posible el territorio amazónico, sometido a tantas presiones privadas. Lula,  en su tercer mandato presidencial, iniciado en enero 2023,  se comprometió a lograr una meta casi imposible: una tasa de deforestación cero para 2030, y a la demarcación de tierras indígenas para extender el área bajo posesión indígena, aplicando la Constitución.  Con tal propósito nombró ministra del Medio Ambiente a Marina Silva y ministra de los Pueblos Indígenas a Sonia Guajajara. Silva es una experimentada socióloga, pedagoga y política, comprometida con la sustentabilidad amazónica, que fue ministra con Lula entre 2003 y 2008. Guajajara  es una aguerrida líder indígena, electa diputada federal en 2023. Ambas saben lo que quieren y están comprometidas con su tierra de origen.

El futuro de la Amazonía depende, pues,  en  gran parte de lo que hagan  y acuerden principalmente tres gobiernos de la región  que controlan, en conjunto, el 90,2 por ciento del territorio de la cuenca: Brasil (con el 66 por ciento), Perú (con el 13 por ciento) y Bolivia (con el 11,2 por ciento). Tres países distintos: con diferentes grados de desarrollo económico y social, con distintas ideologías, fuerza indígena y presión sobre su espacio económico. Administraciones gubernamentales con diferente grado de comprensión de la responsabilidad de actuación de una administración del ejecutivo de turno, con un compromiso partidista signado por una coyuntura política, frente a la actuación de un Estado permanente,  que debe estar por encima de un gobierno circunstancial, y que debe estar alienado con lo que le suceda al planeta, del cual la cuenca amazónica es, en este caso, una pieza clave.  Aunque hay ciertos límites de actuación, porque  sus respectivas ejecutorias  gubernamentales nacionales están sometidas al control del congreso nacional y a un cierto grado de control de normas, reglamentaciones y acuerdos de organismos multinacionales, como la ONU, y regionales, como la OTCA,  que los gobernantes nacionales  pueden eludir, aludiendo en cierta manera a la soberanía de sus jurisdicciones, arriesgando las sanciones financieras internacionales. Sanciones que pueden ocurrir en un contexto de constante preocupación global por  el cambio climático, la degradación del medio ambiente y las crecientes desigualdades económicas y sociales de grandes sectores de la población mundial.

El reto de la gobernanza amazónica es muy grande: ¿cómo asegurar una tasa de crecimiento del PIB, atendiendo, al mismo tiempo, la desigualdades económicas de sus depauperadas poblaciones, sin dañar el medio ambiente, asegurando sus sustentabilidad para las generaciones futuras, y continuar prestando sus imprescindibles contribuciones a la mitigación de los efectos de las crecientes emisiones de GEI a la atmósfera, de un vasto y muy importante  espacio del cual el planeta no puede prescindir.   

3. Los conflictos por el uso del recurso tierra en la vasta cuenca amazónica

La gente está acostumbrada a ver un lugar geográfico cualquiera como un espacio que cuenta con recursos naturales, y que éstos tienen usos indiferenciados e ilimitados. No obstante, no es así. Los suelos se agotan, y son, por lo general, heterogéneos. En un manejo racional del recurso, cada tipo de suelo tiene un uso recomendado. Por ejemplo, idealmente, los suelos más fértiles se dedican al uso agrícola, quedando  los menos fértiles relegados otros usos, tales como de pasto para la ganadería, o  forestal. Pero no siempre es así. Muchas veces, suelos fértiles han sido deforestados para dedicarlos  a pastos y a la  ganadería bovina,  o a  plantaciones mono-específicas, empleándolos  para el cultivo de la soja, la palma africana o la caña de azúcar. 

Los especialistas han encontrado varias relaciones de gran interés, que no siempre pueden generalizarse de manera universal.  Huston (1993) encontró una relación directa entre diversidad y fertilidad de los suelos en distintos climas a escala global. Abjilou  (2001) una cierta tendencia en algunos suelos a tener mayor biodiversidad vegetal en las zonas bajas, con  menor cobertura arbórea, suelos menos ácidos, pero con mayor concentración de nitrógeno y fósforo. Pritchett (1986) observó que la deforestación aumenta la temperatura del suelo, afectando a la germinación y supervivencia de las plántulas, aumentando las variaciones microclimáticas de temperatura diarias y estacionales,  favoreciendo la escorrentía superficial por la disminución de la infiltración, afectando  la capa superficial. Lo que es grave, pues allí se almacena la mayor cantidad de nutrientes y los aportes de materia orgánica, donde se desarrollan los sistemas radicales de herbáceas y leñosas, y persiste el banco de semillas. Por estar expuestas, el fuego la va erosionando con facilidad. Por otra parte, se ha encontrado que  la heterogeneidad ambiental tiende a aumentar la estabilidad del sistema, y su diversidad (Wilson, 2000; Noejovich y Marañón, 2002).

Los suelos de la Amazonía

Los suelos de la Amazonía son principalmente de la clase ultisoles en las partes bajas de la cuenca, lo que hace que haya una dominancia de unos pocos suelos. Los ultisoles son suelos ácidos, viejos, pobres en nutrientes, y de baja fertilidad natural, con deficiencias de nitrógeno y fósforo, aunque profundos y bien drenados. Son  suelos propensos a erosionarse por la lluvia.

Ventajas de las chacras o huertos indígenas

La escasez de suelos fértiles estimuló la práctica indígena  amazónica de construir el suelo, desde tiempos prehispánicos, aproximadamente entre 800 a.C. y 500 d.C. Se trata de suelos antropogénico llamados terra preta, o tierra negra, fértil en su superficie u horizonte A, porque los indígenas incorporaban carbón vegetal, restos de cerámica y residuos orgánicos (Glacer, 2006). En ellos las comunidades indígenas nativas  levantaban sus chacras, pequeñas y de policultivo, que abandonaban al cabo de unas cuantas cosechas, dejándolos, en barbecho, para que descansen, y se conviertan en purmas, que luego vuelven a cultivar varias décadas después, una vez que han recobrado sus nutrientes. Una práctica que continúan haciendo. El daño causado es, pues, mínimo y limitado en extensión.

Suelos pobres, ricos en biomasa

En la gran parte de estos suelos, abundantes en la Amazonía,  crece el bosque, pero los nutrientes necesarios no están en el suelo, sino en la biomasa que soporta el suelo. Las largas raíces de los grandes árboles de la selva  apenas penetran unos cuarenta centímetros  en el suelo, y se extienden en una gran superficie buscando el alimento (Sioli, 1958; Villarejo, 1979). La selva crece sobre el suelo, y no en el suelo (Sioli, 1958), siendo éste  solo el soporte físico. Sobre él, las  raíces de los árboles se entrelazan, en una densa trama, formando un sistema cerrado, con un equilibrio complejo y frágil (Boff, 2011). Ese equilibrio se rompe al tumbar el bosque, desforestándolo. Boff (2011) señala que durante tres siglos en el Brasil no fueron deforestados más de 100 km2, pero que, después, en solo trece años de dictadura militar, a partir de 1964, se deforestaron  unos 300.000 km2. 

Suelos productivos

Los suelos agrícolas productivos en la mayor parte de la Amazonía son relativamente escasos y se localizan en las márgenes de los grandes ríos de la cuenca (Cartay, 2016). Esa circunstancia se ha convertido en una fuente constante de conflictos entre los habitantes de la selva.  Esa lucha por apoderarse de la escasa tierra disponible “ha sido el factor más importante en la historia cultural de la cuenca amazónica” (Lathrap, 2010: 54). Las  tierras preferidas  son las ribereñas de los grandes ríos de aguas blancas. Ríos que nacen en la cordillera de los Andes, presentan largos recorridos y son ricos en nutrientes y en producción biológica (Maco García, 2006). 

Los suelos amazónicos pueden ser usados para producir alimentos o para productos maderable y no maderables,  creando agrosistemas que apliquen  técnicas amigables con el medio ambiente. Los agrosistemas producen un flujo constante de bienes y servicios de importancia económica, aunque no se debe descuidar el contexto sociocultural en el que se toman las decisiones. De tal manera que se cultivan  de acuerdo con los tipos de suelo,  creando patrones de uso  (Turner, 1990; Forman, 1995; Sarandón, 2014;  Ares y Entraigas, 2022). 

No obstante, en la práctica se producen presiones para cambiar el uso productivo de los suelos, imponiendo sistemas de manejo que afectan la dinámica ecológica de esos paisajes, disminuyendo su capacidad productiva (Behrends-Kraemer, et al, 2013). El problema  que más compromete la sustentabilidad de los sistemas productivos es la erosión hídrica (Gaitán, et al, 2017); De esa cuestión  depende el funcionamiento del suelo, la estabilidad y su gestión sustentable. Esos elementos condicionan la producción de alimentos (Zacagnini, et al, 2014). Al estudiar los suelos  de  la Amazonía ecuatoriana se encontró, ya en 1991, que la erosión hídrica causaba el 55,6 por ciento de la degradación de los suelos (Sánchez-Capa, et al, 2020), resultante de las malas técnicas de producción aplicadas. 

4. Los factores que constituyen la esencia de la trama amazónica     

El inmenso bosque amazónico es la clave ecológica de la Amazonía. De él depende la biodiversidad (Wilson, 1988; Erwin, 1988). Fruto de la prodigiosa fotosíntesis, creadora de vida. Cada organismo es un sistema de tránsito de las sustancias inorgánicas  que se manifiestan en forma de ciclos biogeoquímicos  (carbono, nitrógeno, fósforo, potasio, cobre, agua), sujetos a reacciones químicas con uso y liberación de energía. De la gran masa verde depende el balance hídrico de la Amazonía, de la cual depende, a su vez,  la vida de  la biota y el comportamiento del clima. De ella, interrelacionada con el agua y la fauna, se crean complejas relaciones de  interdependencia de las distintas formas de vida, incluida la humana. Características que corresponden a factores biológicos claves para el desarrollo sustentable para la inmensa cuenca (Lasso-Alcalá, Sánchez-Duarte, 2012). La biodiversidad de la flora en la Amazonía es sorprendente, aún mayor que la de la fauna, aunque los inventarios de ésta sean también de gran riqueza comparándola con otros países, especialmente en el caso de pequeños animales: insectos, mariposas, anfibios, reptiles y aves.

De los elementos naturales que componen la Amazonía, hay dos que guardan una interdependencia de primer orden: el bosque y el agua. Si se afectara a uno de ellos,  se estaría destruyendo la integridad de la Amazonía como sistema natural. El arqueólogo estadounidense  Donald W. Lathrap lo comprendió muy bien:

“Las dos características predominantes en la cuenca del Alto Amazona son la red de grandes ríos que la irrigan  y la capa continua de vegetación que la cubre” (Lathrap, 2010: 56). 

Vulnerabilidad del agua

El agua es vital para armar el rompecabezas amazónico. Por la notable contribución de la cuenca amazónica en el balance hídrico del planeta: la red fluvial de la cuenca transporta cerca de un sexta parte  del agua dulce total vertida en los océanos. Por la existencia del caudaloso río Amazonas y la red de más de mil tributarios. Por la influencia que  ejercen las crecidas y vaciantes de los ríos sobre el comportamiento de la flora y la fauna. Por el papel que juegan esos cuerpos de agua como fuentes de alimentos para las comunidades nativas indígenas,  de colonos  y mestizos que están allí radicados. 

Contaminación del agua

Los cuerpos de agua pueden ser contaminados, en especial por el vertido de mercurio usado en las numerosas explotaciones mineras ilegales en los pequeños cursos de agua.  En este caso hay que distinguir entre ambientes lóticos (los que tienen grandes caudales de agua) y ambientes lénticos (los de menor caudal y movimientos, como lagunas y cochas) (Maco García, 2006).

Vulnerabilidad del bosque

Pero de los dos, bosque y agua, el elemento más vulnerable de ese sistema es el bosque, que puede ser fácil y rápidamente  alterado, situación que se expresa en la elevada y creciente tasa  de deforestación vinculada a la expansión de la frontera agrícola y ganadera, y a la explotación forestal ilegal. La calidad del agua es también alterada, al verter productos químicos tóxicos en sus cauces.  

Métodos para remover los metales pesados del agua.

Hay varios métodos para remover los metales pesados en el agua.  Algunos alineados con la economía circular. Entre ellos, el  que utiliza microorganismos tolerantes para captar los metales pesados, como el mercurio (Vera-Rodríguez, 2016). O el que usan plantas acuáticas como  totora, camalote, junco, repollito de agua, etc., con el mismo fin (Frers , 2008).. 

5. El caso de la deforestación en el Brasil, a pesar de las leyes 

Los conflictos entre las comunidades indígenas nativas, los colonos y los terratenientes  han persistido durante gran parte del siglo XX, cuando el estado de la Amazonía no constituía una preocupación ambiental global. Pero buena parte del problema que se ha vivido radica en la ambigüedad de las reglamentaciones, la corrupción política de los organismos de decisión y en los diferentes grupos de intereses económicos que están en juego. Hay conflictos entre la conservación del bosque y el crecimiento económico regional y nacional, lo  que ha estimulado la colonización legal e ilegal de la Amazonía, particularmente en Brasil. Conflictos entre la declaratoria del estatus de territorios indígenas y los avances de los colonos en procura de tierras. Conflictos entre las áreas de protección (AP) establecidas por los gobiernos y los programas de reforma agraria. O estimulados por la oferta política populista de tierras en un vastísimo espacio que consideran,  erróneamente, “vacío” e improductivo.

En cualquier caso, se cuenta con poca información. Bauer (2022) señala que no se ha estudiado con seriedad el conocimiento ancestral tradicional  indígena sobre la  diversidad de uso de las plantas del bosque, y su relación con las aplicaciones médicas y con el cambio climático. Aunque se ha avanzado en las mediciones de la deforestación utilizando técnicas modernas.

Importancia de los territorios indígenas (TI) y áreas protegidas (AP)

Una de las investigaciones más completas sobre la conservación del bosque amazónico brasileño es la desarrollada por Qin y su equipo a lo largo de 2022 (Qin, et al, 2023). Estos investigadores señalan que las áreas clasificadas como territorios indígenas (TI) y áreas protegidas (AP), que llaman Amazonía Brasileña Legal (ABL),  han aumentado  su cobertura boscosa en un 52 por ciento,  durante el período comprendido entre 2000 y 2021. Esas áreas representaron apenas el 5 por ciento  de la pérdida forestal neta en los TI y en un 12 por ciento en las AP. Se deduce de esos datos  que las áreas menos afectadas por la deforestación fueron aquellas protegidas por las categorías especiales de territorios indígenas y de áreas protegidas. Por lo que es recomendable aumentar la cobertura de las áreas protegidas (Clerici, et al, 2020). Otros investigadores, como Zaman (2022), señalan que solo durante el primer semestre de 2021  fue deforestado el 17 por ciento de la selva tropical amazónica, equivalente a 3.610 km2, equivalente al tamaño de la ciudad de Nueva York.

Hay que tener en cuenta, sin embargo, que esas áreas son amenazadas permanentemente por intervenciones ilegales, que causan destrucción del hábitat. A veces, como ocurre en las región amazónica colombiana, la presencia de conflictos armados han actuado como un factor disuasivo de la ocupación y la deforestación de las tierras amazónicas.  Clerici (et al, 2020) ha reportado esta situación tan particular. Examinaron 39 AP colombianas, durante tres años antes y después del conflicto armado, y encontraron que después de la paz con la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), se registró un significativo aumento de la tasa de deforestación, en comparación con el período de la guerra. El desplazamiento de población y la reducción de la actividad económica en esas áreas hizo disminuir la presión ejercida sobre el hábitat y la protección de la biodiversidad. Se produjo lo que algunos han llamado el “efecto refugio” (“refuge effect “), que también se produce en las áreas desmilitarizadas, tal como ocurrió en la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur. En algunos casos, el efecto es contrario, y el desarrollo de un conflicto bélico atenta contra los ecosistemas forestales y la explotación forestal, como sucedió en Vietnam del Norte. Otro factor que está asociado con la dinámica de la deforestación en América Del Sur y América Central es el narcotráfico (Dourajeanni (1992). A  menudo en los hotspots, que ocurren en las áreas protegidas, se superponen los efectos de las actividades  ilegales (explotaciones forestal y minera ilícitas) y el desarrollo de las actividades relacionadas con el narcotráfico (Dávalos, et al, 2016; Negret, et al, 2019; Clerici, et al, 2020).

Tipos de áreas protegidas (AP)

Para entender mejor lo anterior es necesario saber  que las AP se dividen en el Brasil en dos categorías: las AP de protección estricta (que son áreas designadas para la conservación de la biodiversidad, con mayor cobertura forestal y menor presión de deforestación) y las AP de uso sostenible (que permite a sus ocupantes gestionar la naturaleza de una forma sostenible, y utilizar sus recursos naturales en actividades como agricultura sostenible) (Quiroz, 2023). 

Al revisar la protección de las áreas boscosas  durante el período 2003-2021 de manera minuciosa, y con información más precisa, Qin y su grupo (2023) encontraron que la pérdida forestal bruta cayó en un 48 por ciento en las AP sujetas a protección estricta y en un 11 por ciento en las AP de uso sostenible. Y que en un período más reciente, de 2019 a 2021,  la tasa porcentual de pérdida forestal anual fue el doble que en las áreas no designadas.

De tal manera, concluyen, que los TI y las AP han jugado un papel clave en la conservación de los bosques amazónicos en la ABL, y que han aumentado entre 1980 y 2012, al amparo de la Constitución de 1988 que obligaba al gobierno a demarcar los TI en un plazo de cinco años,  que se cumplió parcialmente.  Además, se estableció en 2000 el Sistema Nacional de Áreas Protegidas de Brasil.  Pero tal condición y los esfuerzos de algunos gobiernos no han garantizado una verdadera protección contra la deforestación, tal como ocurrió durante el período presidencial de Jair Bolsonaro, que debilitó las acciones de protección.

La ABL cuenta con la mayor área de selva tropical, la mayor biodiversidad, y la mayor cantidad de biomasa aérea del mundo (Noltec, et al, 2013; Nogueira, et al, 2019; Qin, et al, 2019). Desde el año 2000 los TI y las AP han crecido. Para el 2013  representaban el 43 por ciento, casi la mitad del área forestal regional, siendo cruciales para proteger al bosque, la biodiversidad y contribuir a la mitigación del clima.

Pero las AP están localizadas principalmente en áreas remotas donde casi no hay presión por la  expansión de la frontera agrícola y, por ende, para la deforestación. Son AP de protección estricta. Y son menos atractivas para la deforestación que los T.I. y las AP de uso sostenible, en las que se ha concentrado la presión  de deforestación por nuevas tierras para la agricultura. Una presión que se hizo mayor a partir de 2012. 

Lo mismo ha pasado con la actividad minera ilegal, no controlada, que aumentó: a un ritmo de 2.500 ha/ año  entre 2000 y 2012, que se elevó a 10.000 ha / año, desde 2020, a pesar de las protestas de los pueblos indígenas. Ese año fue catastrófico para la protección del bosque amazónico.  Entre marzo y septiembre  se aprobaron 27 actos legislativos que debilitaron la protección ambiental. Aumentó la deforestación, aunque se redujeron las multas por violaciones ambientales.  La invasión de madereros y mineros ilegales a los territorios indígenas se aceleró con los efectos del COVID-19, y se produjeron altas tasas de mortalidad de los indígenas.  

Factores impulsores de la conservación del bosque

Una conclusión importante del extenso estudio de Qin, et al (2023), ya señalada  por otras investigaciones, como la de Campos-Silva, et al (2021), es que  hay factores impulsores de la conservación del bosque en la ABL, tales como:

  • la concesión de derechos a las comunidades indígenas nativas.
  • una gobernanza eficiente,
  • una gestión de protección estricta y de uso sostenible,
  • el tamaño  de las áreas forestales
  • y  la ubicación de los TI y de la AP.

Factores que favorecen la deforestación

Aunque hay también factores que favorecen los procesos de deforestación. El más importante de ellos es la corrupción en la aplicación de las leyes en defensa de la Amazonía. Otra conclusión es que la mayor parte de presión por la deforestación ocurre principalmente  en ciertas áreas de mayor población afectadas por la pobreza, el desempleo y los bajos ingresos. Esa situación ocurre en las partes sur y este de la región amazónica, una vasta área  que se conoce como el arco de deforestación.  

6. ¿Es posible aplicar los principios de la economía circular en la cuenca amazónica? 

En la ocupación, y explotación, de la mayoría de países de la cuenca amazónica,  ha prevalecido las actuaciones económicas vinculadas con el modelo de la economía lineal, más interesada por el extractivismo de los recursos y la búsqueda de la rentabilidad económica. Un modelo  que ha mostrado  una escasa, o ninguna,  preocupación por la sostenibilidad ambiental y por elevar  los  indicadores de bienestar social, que reflejan los altos niveles  de desigualdad económica y social que presentan los habitantes de la cuenca, tanto de las comunidades indígenas nativas indígenas,  como de los barrios pobres de las áreas urbanas de la Amazonía.  

Se conoce bien la importancia de la cuenca en la preservación de la sostenibilidad ambiental planetaria. También, a nivel interno de la cuenca, el alto valor ecosistémico de las relaciones entre los principales recursos amazónicos, que dependen estrechamente de  su dinámica fluvial de sus cuerpos de agua (lénticos y lóticos). De sus procesos de inundación (creciente de aguas) y estiaje (vaciante de aguas), relacionados con el desarrollo de la flora y la fauna, el abastecimiento de agua, la disponibilidad de proteína (derivadas de la caza, la pesca y la recolección) y  del funcionamiento de los sistemas de comunicación interna por los ríos, ya que casi no se cuenta con vías terrestres consolidadas. 

Se conoce también la existencia de suficiente biomasa  para su  aprovechamiento energético aplicar con eficiencia los principios de la economía circular, aunque también se sabe que no ha habido suficiente investigación aplicada para el desarrollo de tecnologías 4.0, de acuerdo con los objetivos de producción y de consumo sostenibles establecidos en los ODS de Agenda 2030 de las Naciones Unidas. Ni tampoco se ha desarrollado una conciencia  y una cultura  basadas en la economía  circular, y el principio de sostenibilidad que lo sustenta (Fuentes-Mora, 2022), salvo lo que se revela como un conocimiento ancestral indígena, y lo que son sus prácticas y sus maneras de producir y consumir alimentos, que han preservado durante miles de años la sostenibilidad amazónica.

La economía circular, y su principio sustentador:

La sostenibilidad, no es una moda, sino una necesidad. Un paradigma que debe ser aplicable para reducir las amenazas que se ciernen sobre el espacio amazónico y sus habitantes originarios, y los ambientalistas que han luchado por su preservación de sus recursos. En esa lucha muchos han sido asesinados por denunciar la ocupación ilegal de las tierras indígenas, la minería y la explotación forestal  ilegales,  y las altas tasas de deforestación para ampliar la frontera agrícola y ganadera con sistemas depredadores de la naturaleza.

La economía circular es un instrumento idóneo para garantizar el uso eficiente de los recursos, y  cerrar los ciclos de energía y materiales para abrir nuevas oportunidades de negocio  sin degradar los recursos, introduciendo innovaciones para recuperar producción y servicios.

Industria maderera sustentable

Eso es particularmente importante para la recuperación del sector forestal maderable en la Amazonía (Carrión-Cristóbal, et al, 2019). En ese sentido, algunos señalan que el camino sustentable es el uso económico de la tierra en actividades forestales, especializando  a la Amazonía en la plantación de árboles maderables y no maderables, que produzcan una rentabilidad económica, mientras que ayudan a preservar la integridad de los suelos y a recuperar los balances adecuados de humedad del aire y la tierra (Tateshi, et al, 2021; Zaman, 2022). 

Transición en 5 etapas y 3 ámbitos

Prieto-Sandoval (et al, 2017) plantea la transición a la economía circular  en cinco etapas: extraer, transformar, distribuir, usar y recuperar  en ciclos técnicos o biológicos los recursos.

Hacerlo en tres ámbitos: micro o individual (a nivel de pequeñas empresas), meso (empresas u organizaciones actuando en red para compartir recursos y revalorizar y reutilizar residuos a una escala mayor) y macro (con actividades en los ámbitos regionales o nacionales).

Bio-ciudades

Guerrero-Forero en su libro editado con el título de biodiversidad urbana a la economía circular (2021),  propone (particularmente Saldaña-Barahona, et al, 2021, en un capítulo de ese libro), aplicar el concepto de biociudad  a la experiencia amazónica colombiana. En el caso concreto de convertir a ciudades, como Leticia, capital del estado Amazonas, en una biociudad, que se fundamente en la biodiversidad y  en la sostenibilidad ambiental desde una perspectiva territorial.  

La propuesta de aplicar la economía circular en la Amazonía calza con la posibilidad de recuperar algunas zonas de la devastada Amazonía, no solo en lo que se refiere a la parte rural, sino también, y principalmente, a la parte urbana. La contaminación con el mercurio  de los riachuelos, usado por la minería ilegal, y los residuos de biomasa deforestada  convertidos en desperdicios, son actividades que justifican la aplicación de nuevos métodos amigables con el medio ambiente en la zonas rurales (Fundación Ellen Mac Arthur, 2017).

Pero es preocupante la vista de los ríos contaminados en las inmediaciones de las barriadas populares de las grandes ciudades amazónicas, como Manaus, Belém do Pará, Bahía (Brasil), Iquitos (Perú), Leticia (Colombia). Se trata de asentamientos urbanos establecidos en las zonas marginales de la ciudad, en zonas inundables, con precariedad de sus servicios básicos y con alta concentración de habitantes, formando “anillos de poblamiento” marginales (Hurtado-Gómez, 2005).

Esos cursos de agua al lado de las zonas marginales se han convertido,  por la inexistencia o deficiencias de los servicios de aseo y de salud ambiental,  en verdaderos vertederos de basura, que ponen en riesgo la salud de sus residentes, en medio de lo que parece la “indiferencia” de los pobladores, hundidos en la pobreza y en la falta de oportunidades de educación (Falappa, et al, 2019) . 

El caso de Manaus es alarmante, por el impacto de los depósitos clandestinos de escombros de construcción. Solo en el año 2018 se produjeron unos 930.000 kilos de desperdicios sólidos en la ciudad, que llegan a los cauces de agua, contaminándolos. De ese total, solo un 1 por ciento fue recuperado por compostaje. Lo demás terminó, por las conexiones de estos cauces, contaminando los grandes ríos amazónicos (Oliveira, et al, 2021). Igual sucede en otras ciudades brasileñas amazónicas como Santárem, del estado  de Pará, en el norte de Brasil (Mendes, et al, 2019). 

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