En el caso de la Amazonía peruana, me guiaré por un trabajo de revisión de la cosmovision amazónica peruana de las etnias ticuna, yagua, candoshi, awajún, yanesha, asháninka y cashinahua (Cartay 2016: 72-74).
Los ticuna, habitantes de las zonas fronterizas de Perú, Colombia y Brasil, consideran que el universo está formado por seres en interacción continua, sin que importe su apariencia, humana o no, visible o no.
El ser, como “cuerpo de afectos”, se vincula con su entorno como un “cuerpo orgánico” manejado por el cosmos.
Los 2 principios básicos de la cosmogonía amazónica peruana
Cada ser es manejado por dos principios: el corporal, adquirido al nacer y que se va construyendo a partir de elementos del entorno. Y el vital, que se construye gradualmente hasta madurar cuando se llega a la adultez.
Se ayuda a esa construcción con rituales, danzas y tomas de masato (una bebida fermentada hecha de yuca dulce), hasta adquirir el principio vital. Las plantas, los animales y los seres humanos poseen las mismas características. Las plantas y los animales son seres humanos que han sido desposeídos de su apariencia física (Goulard 2009: 183-184).
Los yagua, de la selva baja, habitantes del curso bajo del río Amazonas, y se distribuyen en Perú, Colombia y Brasil, creen que el equilibrio cósmico reposa en el mantenimiento y en la circulación de un potencial energético líquido, restringido y diluido dentro de la biósfera, en circuito cerrado. Idea que comparten otras sociedades indígenas del noroeste amazónico.
Esa concepción del universo, en equilibrio dinámico, recuerda al mecanismo del cuerpo humano determinado por los fluidos orgánicos (como sangre, semen, saliva, leche, humores).
Naturaleza y energía
La energía cósmica, indispensable para la vida, procede del sol. La energía, como una fuerza fecundadora, va subterráneamente, y es llevada a la superficie por las raíces de las plantas y se almacena como reserva en los vegetales.
Luego la energía pasa a los animales y seres humanos al consumirlos para alimentarse. El ritual de ingestión de la ayahuasca materializa el contacto visual con los espíritus selváticos, en especial con las plantas, que poseen el saber y los poderes del chamán (Chaumeil 1994: 267-274; Olortegui-Sáenz 2007).
Los candoshi, que habitan en la región Loreto, no diferencian entre animalidad y humanidad. Tanto animales como plantas participan de las reglas de la organización social, tal como hacen los humanos.
El cosmos se relaciona con la totalidad del entorno, y todos los seres actúan en el cosmos con cuerpo y alma. Por eso Surrallés (2007: 267-268) lo llama “animismo perspectivista”.
En los rituales se canta, baila y se ingiere masato fermentado, después de haberse “purgado” tomado una infusión de guayusa (Ilex sp.).
1. Cosmovisión awajún
Los awajún, que habitan mayormente en el tramo alto de los ríos Marañón y Mayo, distinguen entre espíritus masculinos y femeninos, la base de la división social del trabajo y la asignación de las tareas productivas.
Nugkui y las labores femeninas
La deidad nugkui les enseña a las mujeres a cultivar las plantas y a cuidar la chacra y a fabricar vasijas de barro.
Eitsá y las labores masculinas
La deidad Eitsá enseña a los hombres a cazar, pescar, talar los árboles y a escoger y preparar el sitio para establecer la chacra.
Bikut, el guerrero sabio
Bikut, un guerrero mítico, transformado en tóe o floripondio (Brugmansia suaveolens) una planta alucinógena, les transfiere la sabiduría.
Yúka, un talismán para salir a cazar
Los animales del monte (mamíferos y aves) y del río (lo peces y tortugas) llevan en el interior de su vientre el yúka, un talismán que da a su poseedor la facultad de atraer a la fauna, favoreciendo su captura.
El poder del talismán se pierde si el cazador tuvo relaciones sexuales antes de ir a cazar.
Las mujeres, antes de la siembra, ofrecen cánticos y otros rituales a los nugkui anen para aumentar la producción de las plantas de la chacra (Seitz-Lozada 2007: 125-127).
2. Cosmovisión Yanesha
Los yanesha, que viven preferentemente en la selva alta, en Junín, consideran a la tierra, el agua y el fuego como los elementos primordiales y sagrados. La tierra, el eje de la existencia humana, es la madre naturaleza.
El agua es la fuente de la vida, y los ríos son sagrados. El fuego es el elemento purificador del espíritu (Manligano-Antonio 2002). Para Santos-Granero (2004: 165 y 221), los yanesha se relacionan con el medio ambiente, considerándolo una entidad viva y personalizada, compuesta por una miríada de seres vivos, interconectados: plantas, animales, minerales, fenómenos naturales.
Con ellos, los yanesha comparten una misma esencia: el soplo de la vida, la porción de alma divina que les dio el Creador.
3. Cosmovisión asháninka
Los asháninka, que habitan en la cuenca de varios ríos (Perené, Satipo, Apurimac, Ene, Pichis, Pachitea, Urubamba y Ucayali) y la meseta del Gran Pajonal, consideran que el mundo está poblado de dioses y semidioses.
Los animales eran al inicio seres humanos y existía divinidad en ellos. Cada ser vivo, planta o animal, posee un espíritu que se relaciona con un mito o una leyenda.
Cada especie tiene una deidad tutelar, o dueño, mayormente femenino.
El dueño, o ashitari, es el intermediario entre los seres humanos y la naturaleza, y transmite las reglas de uso de la especie que representa, sin las cuales se perdería el orden general de las relaciones hombre-naturaleza (Macera, Casanto 2011:75).
Tales representaciones dan a las plantas cultivadas, a los animales del bosque y a los peces, una condición social.
En la cosmovisión asháninka todas las actividades del grupo están regidas por las animas de los dioses y los semidioses. (como el challachaqui, el yauruna, la araña ametgo, la boa yacumama, el tunchi maligno) (Olortegui-Sáenz 2007; Manligano-Antonio 2002; Rojas-Zalezzi 1994).
4. Cosmovisión cashinahua
Para los cashinahua, que viven a las orillas de los ríos Purús y Yurua, y sus afluentes en el Ucayali, todos los seres vivos (humanos, plantas y animales) y los elementos inanimados de la naturaleza poseen un espíritu.
De las cosas, como el sol, el agua, el viento, se aprende a través de las sensaciones que estos fenómenos producen en la superficie del cuerpo, como una suerte de conocimiento dérmico.
Para ver la verdadera naturaleza de la gente y de las cosas se usa el “espíritu del ojo”, que vive en el ojo.
Es el conocimiento ocular. El ojo abandona el cuerpo en los momentos de inconsciencia o de la experiencia alucinógena, para viajar al mundo de los espíritus.
Otro es el conocimiento auditivo. Un hombre sabio es aquel que domina esos conocimientos. Pero la sabiduría debe reflejarse en el comportamiento de quien la posea (Kissinger 1998: 97-101).
5. Cosmovisión bora
Para los bora, que viven en ríos afluentes del río Putumayo, en territorios de Colombia y Perú, el universo se divide en tres mundos: el mundo del Creador, píívyeji niimúhe, o mundo del Más Allá; el mundo en el que vivimos, poblado de gente, plantas, animales y espíritus buenos y malos, y el mundo inferior, donde habita la santa abuelas, que nos protege de las enfermedades.
Para los bora, la naturaleza es cuidada por seres espirituales que actúan como “dueños”.
Uno de ellos es iámé niimúhe, guardián de los animales.
A ellos se les pide permiso para cazarlos, a través del ampiri (esencia de tabaco y sal de monte), la coca, la cahuana (bebida hecha con harina de yuca).
Otro guardián es bájúne mééi, padre del bosque, responsable de los árboles frutales y de las plantas medicinales.
O pijkyané núbba, el sol, que permite que las chacras se desarrollen.
O májchotawa núbba, la luna, que cuida a las plantas durante la noche, protegiéndolas del mal.
O uméko wájya, fiera que devora a las personas que incumplen las reglas, en asociación con tujpawa, el arco iris colorado, encargado de la venganza.
Cuando los seres del día duermen, vigilan los seres de la noche.
Dórame bóóa es la boa negra, que vive en el fondo del agua y es responsable de los peces y de todos los otros animales del agua.
Y muchos otros seres espirituales más.
Para los bora, la naturaleza se comunica con el hombre a través de sus mensajeros.
Nada se puede hacer sin su consentimiento (Olortegui-Sáenz 2007; Delgado-Sumar 1999).
El Dr. Rafael Cartay es un economista, historiador y escritor venezolano mejor conocido por su extenso trabajo en gastronomía, y ha recibido el Premio Nacional de Nutrición, el Premio Gourmand World Cookbook, Mejor Diccionario de Cocina y El Gran Tenedor de Oro. Inició sus investigaciones sobre la Amazonía en 2014 y vivió en Iquitos durante 2015, donde escribió La Tabla Amazónica Peruana (2016), el Diccionario de Alimentos y Cocina de la Cuenca Amazónica (2020), y el portal en línea delAmazonas.com, de del cual es cofundador y escritor principal. Los libros de Rafael Cartay se pueden encontrar en Amazon.com
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