La explotación del árbol del caucho a partir del último cuarto del siglo XIX en la Amazonía presenta una doble lectura.
Una relacionada con el progreso técnico capitalista para la industria automovilística mundial, y el proceso de reproducción ampliada del capital para el enriquecimiento de una pequeña e inescrupulosa élite, conocida como los barones del caucho.
Y otra lectura cargada de muerte.
La explotación del árbol del caucho: progreso y genocidio de la mano.
La del progreso se inscribe en la necesidad, primero, de ofrecer neumáticos para la industria automovilística naciente y que tuvo una rapidísima expansión, y luego, dos décadas después, en la necesidad de atender al transporte de tropas militares durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918).
La otra historia, la de la explotación y el genocidio de los pueblos indígenas que extraían el producto, tuvo lugar en las selvas de la cuenca amazónica donde crecía silvestre el árbol de caucho (Hevea brasiliensis), que era, entre otros usos, la materia prima natural empleada para la elaboración de los neumáticos de los automóviles.
Las dos historias, la del progreso industrial y la de la explotación de indígenas amazónicos, fue intermediada por la codicia y la crueldad de empresarios que, valiéndose de capataces armados, empleaban métodos inhumanos para enriquecerse sembrando el terror y la muerte en la Amazonía.
La primera fiebre del caucho (1879-1912)
La explotación del caucho a finales del XIX significó para los barones del caucho y el comercio amazónico una época de gran prosperidad, pues la naciente industria automotriz, que se desarrollaba en Europa y Estados Unidos, demandaba de más en más caucho para producir los neumáticos.
Esa creciente demanda de la materia prima produjo la elevación de su precio y la consolidación de algunas regiones amazónicas, de donde se extraía el caucho, y de algunas ciudades amazónicas desde donde se exportaba.
Durante ese período comenzó la incursion masiva de muchos colonos y trabajadores en la selva amazónica, siguiendo el curso de los principales ríos navegables, a la búsqueda del caucho nativo.
En esa época crecieron y se enriquecieron ciudades en plena selva, como Belem y Manaos, en el Brasil, e Iquitos, en el Perú. Esas ciudades se modernizaron con los primeros servicios públicos, y un ostentoso urbanismo.
Manaos era la ciudad más próspera del Brasil: la única que contaba con redes de energía eléctrica y un sistema de alcantarillado. Tenia 15 kms de tranvía eléctrico.
Se jactaba de tener, en plena selva, grandes y deslumbrantes edificios como el Teatro Amazonas (1897) y un majestuoso Palacio de Justicia, en una región donde imperaba la ley del más fuerte.
Había lujosos prostíbulos con prostitutas traídas de París o de Bagdad. Investigadores señalan que se ofrecía, por ejemplo, una niña de 13 años, virgen, polaca, por 400 dólares.
La desmesura llegó a tal punto que la ropa sucia de los barones del caucho se enviaba a Londres o a Lisboa para ser lavada.
Algo parecido, pero de menores proporciones, sucedía en la ciudad peruana de Iquitos, con sus grandes mansiones, como la casa Morey, o el levantamiento de la Casa del Hierro, que, al parecer, fue diseñada por el francés Gustave Eiffel.
Ese consumo ostentoso se desmoronó, la falsa prosperidad se desinfló y las ciudades se estancaron.
Una decadencia que los historiadores atribuyen a dos razones principales.
Biopiratería del árbol del caucho
La primera fue que los británicos habían extraído ilegalmente semillas del árbol de caucho de Brasil, el primer caso notable y bien documentado de biopiratería a nivel internacional, y la habían reproducido y plantado esas semillas en grandes superficies de Ceilán, Malasia Británica y África subsahariana, sustituyendo la oferta del caucho amazónico por el caucho, más barato, producido en las colonias británicas.
Unas 70.000 semillas del caucho amazónico fueron robadas en 1873 por el explorador y agente británico Henry Wickham.
De ese total solo sobrevivió un 4 % de total. En 1876 unas 2.000 semillas fueron plantadas en las colonias británicas de Ceilán y Singapur. Y luego otras semillas fueron sembradas en las indias Orientales Neerlandesas, hoy Indonesia.
Hacia 1898 existía también una gran plantación de árboles de caucho en Malasia. La producción de caucho en el Asia se expandió porque las plantas tenia una mayor productividad que las de la Amazonía.
Se trataba de plantas renovadas, mejoradas genéticamente y en grandes plantaciones bien planificadas, ofreciendo un producto de menor costo que el amazónico.
Y los precios cayeron a nivel mundial. Se redujeron las compras de caucho amazónico, que fueron sustituidas por caucho asiático, de menor precio, porque el producto no tenia que recorrer largas distancias por la selva para ser comercializado, y se contaba con ferrocarriles eficientes y con puertos cercanos a los lugares de producción.
Se desplomó, pues, la economía de extracción en la Amazonía, en lo que se ha llamado el primer boom del caucho.
El caucho sintético.
La segunda razón que influyó en la decadencia del comercio exterior del caucho amazónico en su primera etapa fue la invención del caucho sintético, cuyo uso sustituyó al del caucho natural hacia 1925.
El caucho sintético fue el resultado de muchos avances que comenzaron en 1879 por Bouchardat, hasta que se perfeccionó en 1940, comercializándose con el nombre de Ameripol.
En esa primera época se extrajo caucho no solo de la selva amazónica del Brasil, sino también de Bolivia, Perú, Colombia, Ecuador y Venezuela.
En el Perú el centro de la bonanza fue Iquitos, Tarapoto, Moyobamba, Pucallpa, Lamas y Leticia (entonces perteneciente al Perú).
En Iquitos se construyeron grandes mansiones y cambió el estilo de vida de los explotadores del caucho y de los pobladores urbanos, mientras los indígenas se volvían cada vez más miserables.
Beneficiarios de la explotación del caucho en la Amazonía
Los grandes beneficiarios del comercio del caucho fueron las casas comerciales, como las de Julio César Arana, Luis Felipe Morey y Cecilio Hernández.
La Casa Arana fue la más poderosa, asociada con una empresa inglesa, para convertirse en la Peruvian American Company, con sede en Londres y acciones en la Bolsa de Valores. Extendió su dominio hasta las zonas caucheras colombianas del Putumayo, donde la Casa Arana empezó a funcionar desde 1904.
En Bolivia el caucho se explotaba desde la década de 1870 en algunas áreas del curso alto del río Beni, el Madera y el bajo Mamoré.
En 1880, al descubrirse la confluencia del Beni y el Mamoré, y su comunicación con el Amazonas, la explotación del caucho se extendió rápidamente hacia el norte, facilitando las migraciones de criollos y mestizos hacia el interior del territorio beniano, incorporando de manera forzada a la mano de obra indígena a la recolección.
Allí, en el Beni, dominaba la Casa Suárez Hermanos, empleando los mismos procedimientos de sujeción de los indígenas que preconizaba el sistema de esclavitud por deudas.
El árbol del caucho
El caucho (Hevia brasiliensis), o seringueira en portugués, es un árbol de 20 a 30 m de altura, de tronco recto y cilíndrico de unos 30 a 60 cm de diámetro, de madera blanca y liviana. Pertenece a la familia de la euforbiáceas.
De su grueso tallo se extrae, por incisión, un líquido blanco o latex, llamado también goma, que está compuesto por un 35 % de hidrocarburos.
El latex es una sustancia con pH de 7 a 7,2, neutra, pero si se deja secar más de 12 horas el pH disminuye a 5, y se coagula espontáneamente formando un polímero, conocido como caucho.
Adquiere, sin embargo, impurezas y se vuelve muy perecedero, con tendencia a la descomposición. Para evitar ese problema, el caucho se calienta y vulcaniza. La vulcanización es un proceso, descubierto en 1839, en el que el caucho es calentado, con la adición de azufre, para endurecerlo y volverlo más resistente.
El aditivo modifica la composición del polímero, formando enlaces cruzados o puentes entre las distintas cadenas de polímeros. De tal manera que el caucho se vuelve resistente a los solventes y a los cambios de temperatura ambiental.
El látex o goma se obtiene de varias especies vegetales, como Castilloa elastica, Gutapercha palaquium, Ficus elastica, etc., pero la preferida, por su calidad, fue la especie Hevea brasiliensis.
La segunda fiebre del caucho
El boom del caucho comenzó en 1879, principalmente en la Amazonía brasileña, y se extendió hasta 1912 por otros países amazónicos, como Perú, Bolivia, Colombia y Venezuela, donde la planta del caucho crecía silvestre.
En 1942 se produjo un segundo boom cauchero que se extendió hasta 1945, por las incidencias de la II Guerra Mundial (1939-1945).
Manaos, en la orilla del río Negro, en la Amazonía brasileña, fue el principal puerto de exportación del caucho obtenido en Brasil, Perú, Ecuador y Bolivia, y de la recolección de la castaña (Bertholletia excelsa).
Para el caucho se empleaba mano de obra indígena, no exactamente por el pago de un salario, quizás poco interesante para la economía de las comunidades nativas, con poco contacto con los asentamientos urbanos y el mercado, sino por el canje o intercambio por utensilios, armas, herramientas y ropa, que el comerciante entrega a cada vez mayor precio, y que se entregaban por anticipado, y luego se descontaba el valor adeudado con la entrega del producto recogido, mal pesado y cada vez con menor precio de recepción.
Se generó así una deuda impagable que promovía una esclavitud por deudas, de la cual el indígena no se liberaba jamás y era la base de un sistema de sujeción de la persona a una relación de cruel explotación.
Ese era el sistema económico aplicado por la grandes casas exportadoras de caucho, como la de Julio César Arana (1864-1952), el más cruel y poderoso de los barones del caucho, que tenia su residencia familiar en una lujosa mansión en Londres. Otra importante casa exportadora fue la de Carlos Fermín Fitzcarrald (1862-1897).
Manaos era, hacia 1914, la principal vía de salida de los productos amazónicos hacia el océano Atlántico.
Allí llegaban los productos amazónicos desde la selva peruana, tanto el caucho como la nuez de Brasil o castaña. Venían desde Loreto, con capital en Iquitos, o desde el departamento Madre de Dios, cuya capital era Puerto Maldonado, y también se recibían los productos desde la vecina Bolivia y del propio Brasil.
noviembre 25, 2019
La Nuez de Brasil. Otra fruta promisoria del Amazonas
Se empleaba, en parte, el ferrocarril Madeira-Mamoré, con 364 km de longitud, iniciado en 1907 y concluido en 1912, bajo la dirección del empresario estadounidense Percival Farquhar.
La caída del precio del caucho amazónico, la competencia del Canal de Panamá (en actividad desde agosto de 1914) y las fuertes lluvias de la región condenaron al abandono a la vía ferrocarrilera, que se redujo a su mínima expresión a partir de 1930. Hoy día solo quedan 7 km en funcionamiento para fines turísticos.
Los indígenas, que recogían el latex, estaban obligados a entregar un cierto número de arrobas a los comerciantes.
De no hacerlo, sufrían castigos y hasta mutilaciones de partes de su cuerpo, para infundir a los otros el miedo y la obligatoriedad del compromiso. Para dominarlos, los grupos indígenas eran cazados y obligados a desplazarse a las regiones productoras del árbol del caucho, sacados por la fuerza de sus tierras y llevados a convivir con etnias de otras culturas.
Solo en la cuenca del río Putumayo murieron 40.000 indígenas, de los 50.000 que la habitaban a principios del siglo XX.
La extracción del caucho amazónico llegó a su mínima expresión en 1912, sustituida por el caucho asiático. Pero la evolución de los hechos de la II Guerra Mundial, creó una segunda oportunidad para la economía de la Amazonía.
Las fuerzas japonesas, alineadas con Alemania en contra de los Aliados, invadieron Malasia, en el Pacífico sur, y otras zonas caucheras quedaron bajo el control del Japón, cortando el suministro del caucho asiático a Inglaterra, produciendo un gran desabastecimiento en los países aliados.
Estados Unidos e Inglaterra miraron hacia el Brasil, presidido por Getulio Vargas, y establecieron el Acuerdo de Washington.
Brasil se comprometió a aumentar su producción de 18.000 t a 45.000 t., en una campaña de intervención en la Amazonía que se conoce como la “batalla del caucho”.
Para cumplir ese objetivo se requería el reclutamiento de 100.000 trabajadores. Y su centro de operaciones se estableció en la ciudad de Fortaleza, en el nordeste del Brasil.
La compañía estuvo organizada por el Servicio Especial de Movilización de Trabajadores hacia la Amazonía (SEMTA). Los gastos ocasionados por el traslado, equipamiento y alimentación de ese enorme contingente de trabajadores fue financiada por la Rubber Development Company (RDC), a un costo de 100 dólares por cada trabajador que llegara a enrolarse para trabajar en la Amazonía.
La mayoría de los trabajadores procedía del estado brasileño de Ceará, en el nordeste. De ese enorme esfuerzo se creó una suerte de épica que calificaba a los trabajadores como “soldados del caucho”.
La economía de Manaos, Belén y otras ciudades amazónicas se fortaleció. Al final, cumplidos los objetivos, muchos trabajadores jamás regresaron: unos 30.000 murieron atacados por la malaria, o por la hepatitis, o no sobrevivieron a los peligros de la selva, y otros, los más, fueron abandonados a su suerte en la Amazonía, una vez que terminó la gran Guerra, en 1945.
La épica ilustrada del caucho
Sobre la historia dramática de la explotación del caucho y de los indígenas amazónicos en la Amazonía se ha escrito mucha literatura.
Desde la famosa novela costumbrista de La Vorágine, del novelista colombiano José Eustacio Rivera, hasta novelas de escritores contemporáneos como Alberto Vázquez-Figueroa, con su “Manaos”, o “El sueño del celta”, del peruano Mario Vargas-Llosa, premio Nobel de literatura.
O ha servido como tema para la realización de algunas grandes producciones fílmicas, como la excepcional Fitzcarraldo, en 1982, del director alemán Werner Herzog, protagonizada por Klaus Klinski. O del valioso film colombiano “El abrazo de la serpiente”, del director Ciro Guerra, en 2015, filmada en la Amazonía colombiana para contar la historia de dos científicos naturalistas.
Uno de ellos, Richard Evans Schultes, considerado el mayor botánico amazónico del siglo XX. En el trasfondo de estas películas, y de estas obras literarias, se observa la cruenta explotación del árbol del caucho en la selva y el gran sufrimiento inflingido a los indígenas amazónicos.
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