Theodore Roosevelt (1858-1919), el vigésimo sexto presidente de los Estados Unidos, era como una fuerza de la naturaleza. Una llama que se extinguió, tempranamente, a los 61 años.
Su familia y la gente le decían el león. Cuando murió, en 1919, uno de sus hijos le escribió a un hermano: “Ha muerto el león”.
En realidad, lo era.
La doble tragedia temprana de Theodore Roosevelt
Un dato basta para dar una idea de esa fuerza indomable.
El 12 de febrero de 1884 debió ser para él uno de sus días más aciagos, si no el más.
Ese mismo día murió su madre de fiebre tifoidea y, once horas después, su esposa de insuficiencia renal, tras haber dado a luz a su hija Alice dos días antes.
Una doble tragedia difícil de soportar para un ser humano sensible.
Sin embargo, en su diario escribió solo una gran X ese día, y después no volvió a hablar de las enormes pérdidas, ni en su autobiografía.
Se retiró a una granja en Dakota del Norte a ser cowboy, a leer libros de historia y de literatura para asimilar lentamente la desgracia. Luego se lanzaría a la política, afiliándose al partido Republicano.
Roosevelt en la política económica
Llegó a la vicepresidencia del país, paso a paso, pasando por altos cargos como miembro de la Cámara de Representantes, gobernador de Nueva York, y vicepresidente de la Unión.
Un atentado puso fin a la vida del presidente Willliam McKinley y él, como vicepresidente, ascendió a la presidencia del país. Luego ganó la presidencia por elección (1904-1909).
Durante su gestión presidencial actuó, hacia adentro, como un león, contra la corrupción política y los monopolios económicos.
En su gestión presidencial entabló juicios, amparado por la Ley Sherman antitrust, de 1890, contra 44 grandes empresas, entre ellas la Standard Oil Company y la American Tobacco Company.
Lo llamaban entonces trust buster, cazador o destructor de monopolios.
Sentó las bases de la defensa al consumidor y creó programas de cobertura social y de protección ante la amenaza de los grupos financieros.
La política exterior de Roosevelt y la Doctrina Monroe
Pero hacia afuera, en la política exterior estadounidense con respecto a los países latinoamericanos, el patio trasero, se convirtió en una especie de piraña, iniciando una política de expansionismo y de intervencionismo.
Amparado por la Doctrina Monroe, aplicó una modificación conocida como Corolario Roosevelt, que justificaba la intervención de esos países cuando se observara “la reiteración del proceder equivocado o la impotencia”.
Entonces, la región era un gran centro de corrupción y de ambiciones políticas personales de los gobernantes locales, sin preocupación por el bienestar de los pueblos dominados.
Estados Unidos, en su nuevo rol de policía internacional, inauguró una política de intervenciones en los asuntos internos de su vecinos, que comenzó con la intervención en Panamá, entonces un departamento colombiano, para controlar el canal de Panamá en construcción.
Después las fuerzas estadounidenses intervinieron en República Dominicana, Cuba, Haití, Nicaragua. Fue la manifestación de la política del Big Stick: Speak softly and carry a big stick, you will go far: “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”.
¿Abuso de poder o el buen sentido del uso de la política y de la justicia internacional?
El corolario Roosevelt lo aclara:
“Si una nación demuestra que sabe actuar con una eficacia razonable y con el sentido de las conveniencias en materia social y política, si mantiene el orden y respeta sus obligaciones, no tiene por qué temer una intervención de los Estados Unidos”.
De piraña, Roosevelt volvía a convertirse en león, que utilizaba un sentido ecológico y ético del desempeño político entre sus vecinos que depredaban a sus pueblos sin miramientos, hundidos en la más profunda corrupción.
Salió del poder en 1909, dejando como sucesor a su copartidario W.H.Taft, que no siguió su línea política a nivel nacional.
Intentó luego, en 1912, volver a la presidencia, pero fue derrotado en las elecciones por el demócrata Woodrow Wilson, ante la escisión de los republicanos que presentó dos candidatos: Taft, por la reelección, y él, por la corriente modernizadora.
Un ambientalista de otros tiempos…
Durante su gobierno, Teodoro Roosevelt desarrolló una intensa campaña a favor de la conservación de la naturaleza, estableciendo reservas, parques nacionales y monumentos naturales, y grandes sistemas de irrigación, que reforzaron los programas de desarrollo agrícola.
Roosevelt era un enamorado de la conservación de la naturaleza y, contradictoriamente, de la caza y de los safaris.
En marzo de 1903 partió con su hijo Kermit (1889-1943), y un grupo selecto de naturalistas a un gran safari en África Oriental.
Ese viaje duró casi un año, y regresaron trayendo 11.400 especímenes de fauna y flora, que comprendían desde un insecto o una planta no registrados por la ciencia, hasta un elefante para el museo de Historia Natural.
El explorador profesional Ever Gómez Berrada, cuenta, en crónicas del 2015, que Roosevelt, en su elemento, estaba entretenido como un niño, cobrando las piezas de unos 500 ejemplares de caza mayor, entre los que figuraban 17 leones, 11 elefantes, 11 rinocerontes negros y 9 rinocerontes blancos.
Armas y libros constituía mayormente su equipaje en el gran safari africano.
Roosevelt en el Amazonas
Diez años después emprendió otra gran aventura, aún más difícil que la primera. Ahora iba a incursionar en la selva amazónica, y casi fallece en el intento.
Tras ser derrotado en las elecciones presidenciales de 1912, y buscando nuevos aires, emprendió una gira a favor del panamericanismo por Argentina y Brasil.
Ya en Brasil, llegó a la Amazonía, para comenzar su historia amazónica.
En 1913 salió una expedición hacia el río de La Duda, financiada por el Museo Americano de Historia Natural, llevando a la cabeza a Theodore Roosevelt, a su hijo Kermit, casi una réplica de Theodore (soldado, explorador, empresario, escritor y graduado en Harvard como su padre), que siempre lo acompañaba en sus viajes, y al legendario explorador, militar y cartógrafo brasileño CÁNDIDO RONDON, quien había descubierto el río de “La Dúvida” en 1909, pero sin mapearlo y sin establecer el lugar de su desembocadura.
Esa expedición, formada por 19 miembros, fue un éxito y un desastre.
Un éxito, porque se alcanzaron los objetivos planteados: trazar todo el curso del río, navegarlo en todo su recorrido, por fuertes rápidos y cascadas intransitables, moviendo pesadas canoas, y ubicarlo en el mapa.
Pero fue también un desastre, porque los miembros de la expedición se perdieron en la selva, se les agotaron las provisiones y debieron separarse para continuar.
La mayoría cayó enferma, entre ellos, quizás el más fue Roosevelt.
De los 19 miembros originales que la componían, solo 16 salieron con vida: uno fue asesinado, y el asesino huyó y desapareció en la selva (antes que Roosevelt le disparara), y el tercero murió ahogado en los rápidos del río.
Roosevelt resultó herido en una pierna, que terminó infectada, y contrajo malaria.
No obstante, sobrevivieron, establecieron contacto con indígenas beligerantes, como los MANBIKWANA, y otras tribus locales hostiles, y Roosevelt pudo satisfacer su pasión por la caza, rememorando su pasado safari en África, aunque en esta aventura amazónica sufrió mucho y perdió más de 20 kg de peso.
Alguien dijo: “No fue un viaje de placer. Solamente la buena fortuna le permitió vivir (a Roosevelt) para contarlo”.
Uno recuerda su frase cuando sufrió un atentado, en 1912: “El peor de todos los temores es el miedo a la vida”.
El legado de un gran viaje
De esa experiencia escribió un libro, de la treintena que escribió (al igual que lo hizo de su safari en África, no olvidemos que era historiador).
El libro “Through the Brazilian Wilderness” resultó un best seller en 1914, y un modelo en el género literario.
Del viaje se hizo además un documental llamado “Into the Amazon”.
Roosevelt cuenta en su libro que mató muchos jacarés (Melanosuchus niger), el caimán negro amazónico, la única especie de melanosuchus viva, poniéndole la bala, cuenta, en medio de los ojos, a aquellos saurios que eran un blanco fácil porque no se movían, puesto que tenían “los nervios insensibles”. Cacé, dice en libro, “innúmeros de esos nocivos anfibios”.
Y no se salvaron de su descripción las temibles pirañas:
“Te arrancarán el dedo de una mano al deslizarse descuidadamente en el agua; mutilan nadadores, (…) , desgarrarán y devorarán a cualquier hombre o bestia heridos, porque la sangre en el agua las excita hasta la locura”.
De aquellas duras y arriesgadas experiencias de safaris resultaron varias cosas.
Una fue su reencuentro con la naturaleza, importante para él que fue un gran conservador de los recursos naturales, a pesar de su afición por la caza, una de sus grandes pasiones.
Otra fue el reencuentro con la vida dura y riesgosa, como la que tuvo al frente del batallón de los Rough Riders, “Los duros jinetes” en español, que combatió en la guerra hispano-americana, en Cuba, en 1898, y de la que regresó a su país para ser aclamado como un héroe.
Como recuerdo de esas inusuales expediciones, no exentas de peligros y muestras de valentía, en la que participaba un presidente, en la primera, y un expresidente estadounidense, en la segunda, sin la custodia especial que suele acompañarlos siempre a donde van, y sobre todo cuando se viaja a un lugar tan riesgoso y desconocido como era la Amazonía.
El río Teodoro Roosevelt
Por añadidura, el río de La Duda, de unos 760 km de largo, que nace en el estado de Rondonia, y se interna en el estado de Mato Grosso, fue rebautizado con el nombre de río Roosevelt, y el extenso entorno de la cuenca del río como Reserva Roosevelt, creada en 1973, con una superficie de unas 2,7 millones de hectáreas.
Sin embargo, a aquel hombre desmesurado en todas las cosas que emprendía, pero honesto en sus posiciones en la vida, muchos no le creyeron lo que contaba en su libro sobre la Amazonía, ni en la veracidad de su expedición.
Las pruebas estaban en una película que fue mal filmada, y con muchas fallas.
La filmó el explorador Anthony Fiala, pero fue un fracaso.
El explorador Henry Savage Landor, de una cierta fama en el medio, puso en tela de juicio que Roosevelt hubiera llegado hasta las cabeceras del río de La Duda.
Roosevelt, airado, le respondió:
“El señor Landor es un ridículo, perfectamente absurdo, y ningún científico serio pensaría en aceptarlo como algo más que un bufón, antes que como un explorador”
La verificación de sus polémicos hallazgos
Para comprobar la verdad de su relato se hicieron dos expediciones. Una, en 1927, dirigida por el explorador británico George Miller Dyott, el mismo que fue encargado de buscar al explorador inglés P. H. Fawcett, del que no se tuvieron más noticias (Ver: Aventureros tras la ciudad perdida de Z).
Dyott registró con su cámara toda la ruta recorrida por Roosevelt en su viaje.
Y esas nuevas imágenes fueron editadas e incorporadas al film original, a las partes que se salvaron, que se proyectó en 1928.
La segunda expedición estuvo dirigida, en 1972, por Charles Haskell y Elizabeth Knight y un equipo selecto de 19 investigadores científicos, entre ellos Tweed Roosevelt, un nieto del viejo león.
Ambas expediciones confirmaron la veracidad de la narración de Roosevelt, dejando constancia de que no saben cómo ese grupo sobrevivió en las condiciones que enfrentaron entonces.
La segunda, muy bien equipada, con guías especializados, tardó 33 días en completar la ruta de la expedición original, y debió superar grandes dificultades.
Esa expedición comprobó, en detalle, la exactitud de los hallazgos de especímenes de fauna y flora colectados por Roosevelt y su hijo en ese viaje.
Las últimas palabras
Theodore Roosevelt nunca viajaba sin armas y sin libros.
En los dos safaris que realizó, siempre iban con él unos cuantos libros seleccionados, libros que leía religiosamente cada noche: obras de Shakespeare, Cervantes, Dante, Homero, Mark Twain, Tennyson, Poe.
Ese era Roosevelt, un hombre admirable, que vivió la vida como un torbellino de energía.
Me recuerda la alegría de vivir y las pasiones por los safaris de otro personaje, un estadounidense célebre, laureado como Roosevelt con el premio Nobel: Ernest Hemingway, que se suicidó porque no podía seguir viviendo la vida a su manera.
El juicio póstumo de la historia elevó a Theodore Roosevelt a la categoría de uno de los más grandes y valientes estadistas estadounidenses.
En 1906 recibió el premio Nobel de la Paz, y, extrañamente, el doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de México en 1910, en una región latinoamericana que lo censuraba por sus ejecutorias políticas intervencionistas.
Él pudiera haber dicho, al morir, derribado por una trombosis pulmonar, tal como lo hizo en la ocasión de un atentado contra su vida, en el que resultó herido levemente: “Ningún hombre ha tenido una vida más feliz que la que yo he tenido. Una vida más feliz en todo”… A pesar de haber vivido y superado grandes tragedias.
El Dr. Rafael Cartay es un economista, historiador y escritor venezolano mejor conocido por su extenso trabajo en gastronomía, y ha recibido el Premio Nacional de Nutrición, el Premio Gourmand World Cookbook, Mejor Diccionario de Cocina y El Gran Tenedor de Oro. Inició sus investigaciones sobre la Amazonía en 2014 y vivió en Iquitos durante 2015, donde escribió La Tabla Amazónica Peruana (2016), el Diccionario de Alimentos y Cocina de la Cuenca Amazónica (2020), y el portal en línea delAmazonas.com, de del cual es cofundador y escritor principal. Los libros de Rafael Cartay se pueden encontrar en Amazon.com
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