El antropólogo español Oscar Calavia Sáez dedicó alrededor de una década siguiendo el rastro de los mitos y ritos de los indígenas amazónicos sobre los pecaríes, o cerdos de monte. A principios de los años ‘90 del siglo XX, viajó a la aldea Cabeceiras do Rio Acre, en Brasil, con el fin de entrevistarse con indígenas yaminawa y conocer más a fondo su cosmovisión. De aquellos testimonios recopilados se desprende el mito que narraremos a continuación.
Yawavide: el mito del hombre que se volvió pecarí
Érase una vez un hombre que no lograba cazar por más que lo intentara. En su hogar, la comida escaseaba, y su familia dependía de los regalos ocasionales de sus cuñados, quienes compartían lo que ellos cazaban. Un día, harto de su incapacidad, pidió a uno de ellos que le enseñara cómo cazar un buen pecarí. Su cuñado le indicó un lodazal donde seguramente podría encontrarlos.
A la mañana siguiente, el hombre salió temprano. Tal como le habían dicho, encontró un grupo de pecaríes en el lodazal. Disparó flecha tras flecha, acertando siempre, pero los animales no caían. Frustrado, los persiguió más adentro en la selva, decidido a no regresar con las manos vacías. Cuando cayó la noche, perdido y exhausto, se refugió bajo las raíces de una gran ceiba. Allí, muerto de frío y miedo, escuchó pasos y voces humanas que lo buscaban. “El rastro va por aquí”, decían. “Debe estar cerca”.
Pronto, se encontró rodeado por un grupo de hombres. “¿Eras tú quien nos lanzaba flechas esta mañana?”, preguntaron. “No – respondió – yo solo atacaba a unos pecaríes”. “Éramos nosotros, primo. Ven con nosotros, debes tener frío y hambre”. Sin opciones, el hombre los siguió hasta una aldea desconocida, grande y hermosa, donde vio que varios de sus habitantes se curaban heridas hechas por sus flechas.
Aunque extraños, los hombres fueron amables. Le ofrecieron un cuenco para beber, pero este estaba lleno de lodo. “Yo no bebo eso – dijo el hombre – eso es comida de pecarí, no de humanos”. “No estás viendo bien”, le respondieron, y exprimieron el jugo de una planta maestra en sus ojos. De pronto, el hombre vio que el cuenco contenía chicha deliciosa. Luego, le ofrecieron unos cortes de raíces de palmera. “Eso no es para humanos”, protestó. Nuevamente, le trataron los ojos con aquella planta prodigiosa, y vio carne asada donde antes solo había visto raíces.
El hombre se acostumbró a la vida en esa aldea de pecaríes transformados. Se casó con una mujer-pecarí y tuvo hijos. Sin embargo, en su aldea natal no lo habían olvidado.
1. Cuando lo buscaron, encontraron huellas y concluyeron que había sido devorado por los pecaríes.
2. Tiempo después, un cazador vio un rebaño de pecaríes y entre ellos, un hombre encorvado, con el cuerpo cubierto de pelos.
3. Lo contó al hermano del desaparecido, quien ideó un plan para rescatarlo. Con la ayuda de otros, atraparon al hombre-semianimal.
4. Al principio, el hombre-pecarí se debatía y gruñía como un animal, pero poco a poco pudo comunicarse y relató su historia.
Entonces, propuso una gran cacería, revelando los secretos de los pecaríes. Durante la expedición, los guiaba gritando: “Ese es mi suegro, dispara”, “esa es mi esposa, dispara”, “ese es mi cuñado, dispara”. La cacería fue un éxito, y celebraron un gran banquete.
Sin embargo, el hombre-pecarí no participó. Su esposa-pecarí le había advertido que si comía carne de pecarí, moriría. Pero no resistió el aroma de la carne asada y terminó probándola. En cuanto lo hizo, cayó muerto, atrapado entre dos mundos, humano y animal. Así terminó su extraña y trágica historia.
__________
En 1998, Oscar Calavia, entonces profesor de Antropología en la Universidad Federal de Santa Catarina en Brasil, viajó al territorio indígena Yawanawa ubicado en el Alto Río Gregorio, en la selva amazónica del Perú. Allí permaneció durante un mes escudriñando las variantes de otra versión del mito.
Los Yawanawa, cuyo nombre significa “la gente pecarí”, estaban emparentados con los Yaminawa que había visitado en Brasil cinco años atrás. Este pueblo nómada maneja otras versiones del mito que trataremos de integrar y simplificar aquí.
La Transformación de los Hombres-Pecaríes: Una Historia Unificada
En tiempos antiguos, dos grupos acampaban junto a un río cuando un hombre descubrió un nido cuyos huevos misteriosamente se regeneraban, alimentando a la mayoría, salvo a una mujer que se negaba a casarse y a dos jóvenes cazadores ausentes. Esa noche, tras escuchar el canto de los pájaros yawayawa iká (aves mitológicas), el jefe advirtió que se convertirían en pecaríes, y así ocurrió: todos, salvo la mujer, gruñían como animales, ensuciaban el campamento y se dispersaron en la selva. Los jóvenes, al regresar y oler las cáscaras de los huevos, también se transformaron: uno en un pecarí pequeño y otro en un venado. La mujer regresó sola a la aldea.
Tiempo después, la mujer solitaria exploró la cabaña abandonada y encontró una caja de tabaco colgada del techo. Dentro había un niño muy pequeño. La joven decidió cuidarlo. Lo alimentó y durmió con él en su hamaca, mientras el niño crecía rápidamente. En un día comenzó a caminar; en pocos más, practicaba con sus flechas. Con el tiempo, el niño creció hasta convertirse en un joven adulto, y la relación entre ambos se transformó en una unión de pareja.
El joven, salido de la cabaña para cazar, regresó un día con una presa singular: un gran pecarí. Al mirarlo detenidamente, la mujer reconoció con horror que se trataba de su propio padre, ahora transformado en uno de los pecaríes que había visto partir la noche de la transformación.
Juegos y rituales que recrean la caza de pecaríes
Entre los pueblos indígenas de las tierras bajas amazónicas, se practican rituales lúdicos que evocan la caza de pecaríes, mezclando aspectos de la técnica cinegética, la guerra, y las relaciones sociales. Estas actividades, lejos de ser meros entretenimientos, tienen una función simbólica profunda: representan mitos, refuerzan roles de género y conectan a la comunidad con su entorno espiritual y natural.
Uno de estos rituales, practicado por los Yawanawa y otros grupos Pano como los Katukina, consiste en que los hombres se embadurnan de barro y golpean mitades de coco para imitar el sonido de las mandíbulas de los pecaríes. Salen de la selva en grupos, imitando el comportamiento de una manada, y «atacan» a las mujeres del poblado. Este juego, cargado de una fuerte teatralidad, incluye revolcarse en el barro con las mujeres y, en algunos casos, referencias simbólicas o literales a actos de dominio, evocando la violencia simbólica de la guerra y la caza.
En otro ritual, realizado por los Sharanahua, los roles se invierten: los hombres se disfrazan de pecaríes, cubriéndose el cuerpo con barro y hojas que imitan las cerdas del animal. Imitando gruñidos y golpes de dientes, simulan ser una manada que se aproxima al poblado. Las mujeres, armadas con arcos y flechas sin punta, «cazan» a los hombres-pecaríes. Rodean y sorprenden al grupo, y en el caos del juego algunos hombres caen «heridos» mientras otros logran escapar. Las mujeres que logran capturar a los hombres los amarran y los llevan simbólicamente al poblado como si fueran presas.
Estos juegos no solo recrean las técnicas y desafíos de la caza de pecaríes, sino que también funcionan como metáforas de la relación entre humanos y animales, hombres y mujeres, y guerreros y presas. En ellos, se difumina la línea entre lo humano y lo animal: los hombres se convierten en pecaríes, y las mujeres actúan como cazadoras en un espacio de inversión y representación simbólica. Además, evocan los mitos sobre la transformación y reversibilidad de roles, en los cuales hombres y pecaríes comparten características esenciales, reflejando una cosmovisión donde lo humano y lo no humano están profundamente entrelazados.
El comportamiento gregario de los pecaríes los convierte en una metáfora común de la sociedad humana en la Amazonia. Los mitos analizados muestran cómo cada grupo selecciona y enlaza episodios de un acervo mítico compartido de manera distinta, alineándose con sus propias estructuras sociales, y cosmologías. Esta ordenación del material simbólico sirve como base para la elaboración de las cosmologías locales, destacando la relación entre mitología, chamanismo, y organización social en estas comunidades.
Referencias:
Calavia Sáez, O. (2001). El rastro de los pecaríes. Variaciones míticas, variaciones cosmológicas e identidades étnicas en la etnología pano. Journal de la Société des Américanistes, 87(87), 161-176.
Lic. en Comunicación Social mención Comunicación para el Desarrollo Humanístico (Universidad de Los Andes, 2005). Director y guionista de cine y TV. Especialista en Marketing Digital (SEO, SEM, Adwords, Adsense). Gerente General (CEO) en DMT Agency. Es editor fundador del portal delamazonas.com entre otros.