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Doble cara y devoradora: ¿quién es la jefa de los dueños de la selva Amazónica?

enero 3, 2025

En lo profundo de la Amazonía, donde los ríos serpentean como arterias vitales y los sonidos de la selva conforman una música eterna, existe una historia transmitida de generación en generación. Amada Santi, una sabia mujer Kichwa de 67 años, comparte esta leyenda con un halo de misterio y advertencia. Es la historia de los Juri Juri, guardianes invisibles de los animales de la selva.

La Fiesta y la Caza Abundante

Hace muchos años, en una comunidad amazónica, las fiestas se celebraban con gran entusiasmo. 

Durante una de estas festividades, un grupo de cazadores, compuesto por 20 o 30 hombres, partió más allá de lo habitual, selva adentro, en busca de caza y pesca. 

La expedición resultó exitosa: monos, tapires, aves y otros animales llenaban su campamento, formando un altar de abundancia. 

Mientras los hombres destripaban las presas, desechaban las menudencias sin consideración, un acto que, sin saberlo, despertó algo más antiguo y peligroso que ellos mismos.

Dos hermanas, al observar el desperdicio, decidieron recoger aquellas menudencias y prepararlas en maitos (preparación indígena donde se envuelven las carnes en hojas de plátano o achira) y se llevan al fuego para que se cocinen sin quemarse . 

Mientras los hombres celebraban, las chicas trabajaban en silencio, sin imaginar que su acción atraería a un visitante inesperado.

El Extraño del Monte

Esa  noche, un hombre desconocido emergió de la espesura. “¿Qué hacen ustedes aquí con tanta carne?” preguntó, con una voz que resonaba como un eco de la selva misma. Las hermanas explicaron que recogían lo que los cazadores habían dejado. Entonces el hombre advirtió: “Esto tiene dueño. Todos los animales que han cazado pertenecen a los Juri Juri. Si no abandonan este lugar antes de la noche, quizá no salgan con vida”.

El miedo se apoderó de las chicas. Compartieron la advertencia con los cazadores, quienes reaccionaron con incredulidad. “Eso es cosa de los amantes de ellas,” bromearon. “Nadie nos va a sacar de aquí”. La soberbia de los hombres selló su destino.

La Llegada de los Dueños de la Selva

Al caer la noche, mientras los cazadores dormían profundamente, las hermanas actuaron. Siguiendo las instrucciones del misterioso hombre, buscaron un hueco grande en la tierra, colocaron comején y leña, y encendieron un fuego para protegerse con el humo. Aunque su hermano inicialmente desconfió, las chicas lo arrastraron al refugio justo a tiempo.

Cuando los Juri Juri llegaron, la selva entera tembló. Estas entidades devoraron todo a su paso:hombres, árboles, e incluso la tierra misma. Al amanecer, no quedaba rastro de la fiesta. Los animales que habían sido cazados se regeneraron milagrosamente y regresaron a la selva, intactos.

La Venganza de los Chamanes

Con horror, las hermanas y su hermano regresaron a la comunidad para contar lo ocurrido. Los yachas, los sabios chamanes, comprendieron inmediatamente: se trataba de los Juri Juri Supai, seres sobrenaturales y guardianes de la selva. Decidieron enfrentarlos.

Tras tomar yagé, los chamanes tuvieron visiones que revelaron el escondite de los Juri Juri: un gigantesco árbol con una entrada en su base y una salida en su copa. Para derrotarlos, los sabios prepararon una estrategia. Llevaron leña de chonta y canastas llenas de ají picante. Al llegar al árbol, encendieron un fuego poderoso en la base y lanzaron el ají al fuego, creando una nube sofocante de humo.

Uno por uno, los Juri Juri emergieron del árbol, asfixiados. Entre ellos estaba la Juri Juri Warmi, su líder. Con su rostro bello y su larga cabellera negra, la mujer ocultaba un terrible secreto: otro rostro en la parte posterior de su cabeza, monstruoso y hambriento. Cuando intentó escapar, el humo del ají la debilitó, cayendo inconsciente.

La Transformación de la Juri Juri Warmi

Los hombres la llevaron a la comunidad, donde los chamanes la bendijeron y le asignaron un esposo. Aunque realizaba todas las labores domésticas con una rapidez sobrenatural, nunca permitía que su esposo viera la parte trasera de su cabeza. Su belleza y eficiencia cautivaron a todos, pero el hombre no podía resistir la curiosidad.

Un día, fingiendo irse de cacería, regresó en secreto. Encontró a su esposa descascarando yuca. Sigilosamente, se acercó y apartó su cabellera. Lo que vio lo paralizó: el segundo rostro de su mujer le sonreía con dientes afilados y una expresión macabra. Antes de que pudiera reaccionar, la Juri Juri Warmi saltó sobre él, abrió su cráneo y devoró su cerebro.

El Legado de los Juri Juri

Desde entonces, la leyenda de los Juri Juri ha sido una advertencia. La selva no pertenece a los hombres; tiene dueños que exigen respeto. Cada sombra, cada sonido, podría ser un recordatorio de su presencia. Para los Kichwa, esta historia no solo es una advertencia, sino también un recordatorio de la importancia de convivir en armonía con la naturaleza.

La Juri Juri Warmi y los suyos permanecen en el imaginario colectivo como una manifestación del poder incontrolable de la selva, una fuerza que trasciende el tiempo y exige reverencia. En el silencio de la noche, algunos todavía dicen escuchar susurros entre los árboles, como si los Juri Juri vigilaran, siempre atentos, siempre presentes.

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