En un tiempo remoto, cuando el mundo y la Amazonía todavía estaban en formación, ocurrió un evento extraordinario.
La divinidad solar ya había fecundado la tierra durante el solsticio de primavera. Los petroglifos que se pueden observar en estas rocas conmemoran el hecho. Ya habían subido los primeros hombres, río arriba, se habían embarcado en una gran anaconda, que hacía las veces de canoa.
Entonces, en un lugar sagrado cerca de una corriente de agua conocida como la Casa de Agua, apareció una mujer llamada Gahpí Mahsó, conocida como la Mujer-Yajé. Mientras los hombres estaban dentro de la casa ceremonial, bebiendo chicha y hablando, esta mujer dio a luz a un niño fuera de la casa.
El niño era hijo del sol, aunque la mujer-yajé lo ignorase o negase. Es por esta razón que la criatura tenía forma humana pero emitía una luz brillante que cegó y desconcertó a los primeros hombres cuando la mujer lo llevó al interior de la maloca. Al verlo, los hombres se sintieron abrumados por visiones y sensaciones extrañas.
Uno de ellos, de cuya boca goteaba saliba, se levantó y proclamó ser el padre de la criatura. En un acto impulsivo, arrancó el brazo derecho del niño. Los otros hombres lo siguieron, despedazando al niño y dispersando sus partes.
Uno de los hombres presentes, sin embargo, no perdió el sentido y, cuando los demás se abalanzaron sobre el niño para despedazarlo, éste acogió con agrado la primera rama de yajé.
El cordón umbilical de la criatura fue el primer bejuco de yajé.
Tras el nacimiento de la planta, los hombres, confundidos y bajo el efecto de las visiones, recogieron las partes del niño y, según sus posiciones sociales, tomaron trozos específicos del bejuco. Cada fragmento quedó asociado a una fratria diferente, marcando el uso futuro del yajé según los linajes y grupos.
Los ancianos cuentan que también estaban presentes animales dentro de la casa. Bajo la influencia del yajé, algunos comenzaron a morderse las colas en medio de risas y exclamaciones en una especie de orgía.
Fue entonces cuando uno de los hombres tomó una vara ceremonial y, golpeando el suelo con ella, expulsó a los animales y controló la influencia del yajé en el lugar. El yajé sólo debía producir sensaciones placenteras, pero en algunos producía todo lo contrario, por lo que lo rechazaban.
Finalmente, los hombres declararon haber encontrado su bebida sagrada. A partir de ese momento, el yajé se convirtió en un elemento central de sus rituales, transmitiendo visiones, conocimientos y tradiciones a las generaciones futuras. La planta quedó unida para siempre a la memoria de los ancestros y al origen de las leyes y prácticas ceremoniales de los Tukano.
En otras versiones se dice que el Niño-Yajé sobrevivió y creció hasta convertirse en un anciano que guarda celosamente el secreto de la acción alucinógena del yajé. Este anciano, como dueño del yajé, era también dueño del acto sexual y de los secretos asociados con él. «Ellos son los hijos y él es el padre», afirma el mito.
En el contexto de la mitología Tukano, el yajé está marcado por un fuerte carácter sexual. Alucinación y coito son equivalentes, no como actos de satisfacción o procreación, sino como experiencias intensas y a menudo angustiosas, profundamente relacionadas con la compleja problemática del incesto y la transgresión de las normas sociales.
Estos relatos refuerzan el papel del yajé como un medio de conexión con los mundos espirituales y con los principios fundamentales de la existencia según la cosmovisión Tukano.
Referencias:
Reichel-Dolmatoff, G. (1978). O contexto cultural de um alucinógeno aborígene» Banisteniopsis Caapi». Análise Psicológica, 2, 87-102.
Lic. en Comunicación Social mención Comunicación para el Desarrollo Humanístico (Universidad de Los Andes, 2005). Director y guionista de cine y TV. Especialista en Marketing Digital (SEO, SEM, Adwords, Adsense). Gerente General (CEO) en DMT Agency. Es editor fundador del portal delamazonas.com entre otros.