Los relatos siguientes sobre el Curupira se basan en un artículo publicado en 2022 por la Dra. Gracineia dos Santos Araújo, en la revista Tabuleiro de Letras, titulado La lengua del colonizador europeo y los mitos indígenas: análisis de la leyenda de Curupira a partir de la cosmovisión amazónica paraense. La Dra. Araújo, es una destacada académica y profesora titular en la Universidad Federal de Pará (UFPA).
Aunque el Curupira ha sido históricamente demonizado por los colonizadores europeos, especialmente en textos como la carta de José de Anchieta de 1560, donde lo califican como un «demonio de los Brasiles», los relatos orales indígenas lo describen como un defensor vigilante de la naturaleza.
A continuación presentamos un compendio de relatos sobre el Curupira en el que nos hemos tomado la libertad de agregar un personaje transversal llamado Tiago quien aparecerá en todas las anécdotas del Curupira con el fin de darle un sentido de continuidad pero dejando claro que este personaje no forma parte de la leyenda del Curupira tal como la relatan los povos da floresta:
El Curupira: un espíritu bondadoso pero implacable
En lo profundo de la selva amazónica, donde los árboles se alzan como gigantes y la niebla parece susurrar secretos al oído, habita el Curupira, un ser que desde tiempos inmemoriales ha sido guardián y espíritu tutelar del bosque. Su figura es conocida por su cabello rojo como el fuego, sus pies orientados hacia atrás y su risa que resuena como un eco travieso entre las sombras. No es ni humano ni animal, sino algo más antiguo, nacido de la misma esencia de la selva.
El niño y el secreto del Curupira
Un niño llamado, digamos, Tiago, vivía con su madre y su padre en una cabaña humilde situada en la selva. Habían llegado allí tras huir de la ciudad y enfrentaban días de hambre. Un día, mientras caminaba por el bosque, el niño escuchó pasos a su alrededor. Al voltear, vio una figura diminuta con un cabello resplandeciente como llamas. Era el Curupira. Al principio, Tiago sintió miedo, pero el ser le habló con voz suave.
“Si prometes respetar este bosque, te ayudaré”, dijo el Curupira.
Desde entonces, el niño regresaba cada día con peces, frutas y miel, que el Curupira le mostraba cómo recolectar. Pero había una condición: no debía contarle a nadie sobre su amigo, pues si lo hacía, el Curupira desaparecería para siempre.
Un día, el padre de Tiago lo siguió en secreto. Desde lejos, vio a su hijo hablando con una figura extraña y, al volver a casa, le exigió explicaciones. Tiago, obligado, reveló el secreto. Al día siguiente, el Curupira no volvió. El bosque pareció más silencioso y Tiago entendió que había perdido a su amigo, pero gracias a sus enseñanzas aprendió a obtener comida del bosque con moderación.
Al crecer Tiago adoptó la costumbre de pedir permiso al guardián que aseguraba la generosidad del lugar antes de salir a pescar, a cazar o a recolectar frutos.
La llegada de los forasteros
Años después, un grupo de cazadores ingresó al bosque, cargados con sus herramientas, sus perros y ambiciones. El joven Tiago, se topó con ellos en un sendero y, previendo sus intenciones, les comentó que había un espíritu que protegía a la naturaleza y detestaba a aquellos que abusaban de ella. João, el líder de aquel grupo de matones, se le rió en su cara y lo apartó del camino con un empujón. Era conocido por cazar más animales de los que necesitaba, dejando a su paso un rastro de destrucción. Pecaríes, lirones, zarigüeyas y carpinchos caían a su paso por doquier. Los mataba solo por despecho, con crueldad.
Esa tarde, al divisar una corza o venado pequeño bebiendo en el río, João apuntó su escopeta. Justo cuando disparó, sintió una carcajada detrás de él. Al girar, no vio nada, pero la corza ya no estaba. En su lugar, apareció una bola de fuego que danzaba entre los árboles, confundiendo sus sentidos. João llamó a sus perros, pero estos habían desaparecido. Entonces, aterrorizado, corrió en círculos, incapaz de encontrar el camino de regreso. El Curupira lo había castigado por su abuso. Finalmente, exhausto, cayó al suelo. No podía ni hablar, ni moverse, su cabeza empezó a dolerle cada vez más, su espalda le crujía. Estuvo así sufriendo no se sabe cuántas horas, hasta que perdió el conocimiento. En sueños, vio al Curupira observándolo desde un árbol, con una mirada que parecía preguntarle: «¿Qué derecho tienes de destruir lo que no es tuyo?»
El castigo de las lianas de fuego
Llegó el día en que unos leñadores decidieron talar un árbol gigantesco ubicado en medio del bosque. Llegaron con sus hachas, haciendo pedazos los árboles que se cruzaban en su camino. Ignoraron las advertencias de un señor llamado Tiago a quien escucharon hablar en el pueblo sobre una criatura con cabeza de fuego que era el protector de los animales y plantas que habitaban la selva. Los leñadores se burlaron del señor y prosiguieron su camino.
Fueron necesarios diez hombres con hachas para terminar de derribarlo. Al atardecer del quinto día el gigante de madera cedió. Se inclinó y se precipitó al suelo estruendosamente. Entonces el cielo se oscureció y, de la nada, unas lianas ardientes cayeron sobre ellos, envolviéndolos y atándolos a la inmensa base truncada del gran árbol caído.
El Curupira apareció frente al jefe de aquellos hombres, con una mirada severa. “Este bosque no es tuyo para destruirlo”, dijo. El leñador gritó, pidiendo perdón, pero el Curupira los dejó allí toda la noche, mientras las lianas ardían y quemaban sus brazos. Al amanecer, los hombres fueron liberados, pero desde aquella terrible lección nunca volvieron a talar un árbol.
Un nudo para escapar
Tiago era ya abuelo. En su infancia había entablado una bonita amistad con aquel espíritu generoso pero implacable. Aunque valoraba la manera cómo el Curupira defendía el bosque, sus animales y plantas, no ignoraba que éste a veces podía ser despiadado. Así, con los años, encontró una manera de confundirlo y evitar su ira. Para ello enseñaba a sus nietos un protocolo para salir a cazar. El cazador antes de entrar al bosque debía pedir permiso a la madre selva diciendo “Curupira, permíteme tomar solo lo necesario para alimentar a mi familia” y además debía atar un nudo en una liana. “Si alguna vez cometían un error al salir de cacería” les explicaba el sabio anciano a sus primerizos alumnos “el nudo distraería al Curupira lo suficiente como para darles tiempo de escapar.”
En una ocasión, uno de sus alumnos olvidó hacer el ritual y se perdió en el bosque. Recordando las enseñanzas de su abuelo, tomó una liana y la lanzó al suelo con un nudo apretado. Desde la distancia, escuchó cómo algo o alguien luchaba por deshacer el nudo. Aprovechando la distracción, corrió y encontró el camino de regreso. Cuando el joven llegó a la aldea buscó rápidamente a su abuelo Tiago y le dio un gran abrazo prometiendo nunca más abusar de la explotación de los recursos naturales.
En los rincones más profundos de la Amazonía, bajo el dosel de los árboles, se dice que el Curupira sigue caminando, vigilando y protegiendo su hogar. Su risa, según algunos, todavía puede oírse cuando cae la noche, como una advertencia para aquellos que se atrevan a olvidar su presencia.
5 datos adicionales sobre el Curupira:
1. Apariencia del Curupira
El Curupira aparece como un ser pequeño, a menudo descrito como un niño fuerte y de piel negra, con cabello rojo brillante que parece fuego. Sus pies son su característica más distintiva, ya que están orientados hacia atrás. Esto confunde a quienes lo persiguen, haciendo que sigan su rastro en la dirección equivocada. En algunas versiones, tiene ojos rojos, dientes verdes y un cuerpo peludo. A veces se transforma en otros animales o personas para engañar a los invasores de su territorio.
2. Castigos sobrenaturales
El Curupira castiga a quienes rompen las leyes de la selva de diversas formas, entre las cuales se destacan:
- Desorientación: Los infractores pierden el camino y no pueden encontrar la salida del bosque durante días.
- Enfermedades: Puede provocar fiebres, dolores de cabeza intensos, parálisis temporal e incluso desmayos.
- Fenómenos inexplicables: La aparición de bolas de fuego, risas aterradoras, o la transformación de animales cazados en monstruos.
- Ataques físicos: Golpea a los culpables con lianas de fuego o los ata a árboles, dejándolos magullados y exhaustos.
3. Métodos para evitar su ira
Los habitantes de la selva han ideado formas tradicionales para evitar los castigos del Curupira:
- Pedir permiso: Antes de entrar al bosque, los cazadores deben solicitar permiso al Curupira, mostrando respeto.
- Nudos en lianas: Atar nudos en enredaderas o ramas para distraer al Curupira, ya que este se detiene a deshacerlos, permitiendo que los humanos escapen.
- Ofrecer regalos: Tabaco, aguardiente o alimentos son algunas ofrendas utilizadas para calmar su ira.
4. Interpretaciones culturales y transformaciones
El Curupira es presentado de diversas maneras según la región y la influencia cultural:
- En el norte del Amazonas: Sus pies hacia atrás son un rasgo universal.
- En el Bajo Amazonas: Se le atribuyen características sexuales extraordinarias.
- En regiones específicas del Pará: A veces aparece con un pie orientado hacia adelante y el otro hacia atrás.
- En Venezuela, Colombia, Perú y Bolivia: Tiene nombres y atributos similares, como el Selvaje o el Chudiachaque, pero mantiene su esencia de protector de la naturaleza.
5. Diferentes actitudes del Curupira
El Curupira es presentado con una personalidad multifacética:
- Bromista y juguetón: Hace travesuras a quienes caminan por el bosque.
- Vengativo y feroz: Castiga con rigor a quienes dañan la selva.
- Amistoso y compasivo: Ayuda a quienes respetan la naturaleza.
- Sutil y sabio: Enseña secretos del bosque, como propiedades medicinales de plantas.
Referencias:
Araújo, G. (2022). La lengua del colonizador europeo y los mitos indígenas:: análisis de la leyenda de Curupira a partir de la cosmovisión amazónica paraense. Tabuleiro de Letras, 16(2), 8-24.